En 2015, Maria Eugenia tomó la decisión de cumplir un sueño: estudiar en Inglaterra. A partir de ese momento, no corrió sus ojos de la meta y paso a paso se fue acercando a ella hasta alcanzarla.
En esta entrevista, nos cuenta cómo fue el proceso y la experiencia de estudiar en Inglaterra.
¿Cómo surgió el objetivo de estudiar en Inglaterra?
Yo soy de Buenos Aires, soy profesora y traductora de inglés. Parte de mi carrera la avoqué a la literatura inglesa y siempre fue algo que quería explorar más.
Hacía mucho tiempo que tenía esta fantasía, estas ganas de vivir y estudiar en Inglaterra, en el Reino Unido, de vivir en un contexto nativo. El inglés es mi campo de estudios, quería tener discusiones sobre la lengua en la misma lengua. Quería rodearme de compañeros, pares, docentes de allá y vivir la experiencia académica de estudiar en Inglaterra.
A veces pienso que el motivo, el objetivo de estudiar en Inglaterra, terminó siendo una excusa para vivir una experiencia más personal, una aventura en sí misma. Yo podría haber hecho una especialización en Literatura Inglesa acá, pero no era lo que yo buscaba, tenía que ver con la experiencia académica, sí, pero también tenía un nivel personal.
¿Cómo fue el proceso para emigrar y estudiar en Inglaterra?
Fue un proceso largo. Investigué mucho antes de irme. No diría que la oportunidad surgió, yo lo armé de cero y también es por eso que significó tanto. Lo venía pensando por mucho tiempo y siempre lo posponía, siempre algo surgía que frenaba el impulso. La idea flotaba en el verano pero volvía a quedar como una ambición que tenía y que no podía concretar
Comencé a planificar todo a finales del 2015. Esta vez lo encaré con otra determinación, con otro sentido de objetivo. Me dije que era algo que quería y que no lo quería seguir pateando.
Retomé la búsqueda y me fui organizando. Lo encaré de forma mucho más metódica. En 2016 traduje mis certificados de estudio. Busqué dónde y qué podía estudiar en Inglaterra, las opciones de universidades, los programas que me interesaban y los papeles que necesitaba.
Fue un proceso muy personal. Al principio no se lo contaba a nadie, por miedo a empezar a decirlo y que al final no se concrete… esto era algo que ya me había pasado. Mi hermana me impulsó mucho. Me dijo: “Hacelo, es ahora, no te quiero escuchar cuando tengas 50 años arrepentida de no haberlo hecho”.
De todos los que encontré, preseleccioné dos programas. Uno era en una universidad en Londres. El segundo era en una ciudad que se llama York, como Nueva York pero la vieja, la original. Está ubicada al centro-norte de Inglaterra, a mitad de camino entre Londres y Edimburgo en Escocia.
No fue casual que buscara un programa en York. Yo trabajo en una escuela que organiza viajes de estudio. En su momento formé parte del grupo organizador y viajé en más de una oportunidad. En uno de esos viajes, estábamos yendo de Edimburgo a Londres y el guía me dijo que iba a hablar con el chofer para convencerlo de frenar en una ciudad que me iba a encantar, esa era York.
Hicimos una escala muy corta, de máximo tres horas. Me quedé con imágenes rápidas de York, pero me encantó. Fue uno de los primeros lugares que puse en Google para buscar universidades donde estudiar en Inglaterra.
Inicie el trámite de inscripción para mis dos opciones, en Londres y en York. Ahí me empecé a ocupar de lo que faltaba en términos de papel. La solicitud de ingreso requiere mucha escritura, mucho pensar y reflexionar por qué querés estudiar en Inglaterra. También tuve que dar un examen de inglés, lo que fue bastante irónico siendo profe.
Me avisaron que estaba aceptada en las dos universidades y accedí a la postulación para becas. En Londres, había una oportunidad de beca muy significativa. Me postulé pero no la conseguí. Cuando no se dio, me di cuenta que estaba aliviada. Era porque yo, en mi interior, ya había decidido que quería estudiar en Inglaterra… pero quería estudiar en York. Si me daban la beca, lo lógico económicamente hubiera sido ir a Londres. El viaje se transformó en una gran inversión, pero de la que no me arrepentí ni un segundo.
Uno de los trámites más complejos fue la visa de estudiante. Fue una corrida con ciertos plazos y una de las trabas fueron los pagos al extranjero, que se hacían más engorrosos. Cuando llegó mi visa, todo estaba encaminado.
Con la visa aprobada, elegir el lugar donde iba a vivir. Mi primera opción era el campus, pero ya no había espacio entonces elegí una residencia estudiantil que quedaba fuera del campus, en la ciudad de York.
Finalmente, dejé Argentina en septiembre de 2017 para estudiar en Inglaterra y recién volví un año y cuatro meses después, en febrero de 2019.
La partida fue muy dura. La despedida de mi familia en Ezeiza… fue muy difícil quedarme sola en la sala de espera y sentir ¿qué estoy haciendo? ¿por qué estoy haciendo esto? Cuando aterricé, pensé: “Bueno, listo. Ya está, María Eugenia, ya lloraste. Esto era lo que vos querías y acá estás”. Ahí mi cabeza cambió el chip, ya estaba lista para estudiar en Inglaterra y vivir disfrutando cada segundo.
¿Cómo fue tu llegada?
Para empezar, las valijas no llegaron conmigo. Tuve escala en Brasil y se habían quedado ahí. Lo bueno es que hice el reclamo y las llevaron directo a York, así que el viaje de Londres al pueblo fue mucho más fácil sin todas las valijas.
Cuando llegué, traté de ir caminando sin mirar el mapa, miraba a ver qué reconocía, qué me acordaba de esas tres horas que había estado en York. Llegue a la catedral gótica y la recordaba, fue de las primeras fotos que saque
Fui a la residencia, abrí mi habitación y pensé “estoy acá”.
¿Cómo era tu vida en York?
En el proceso, muchas cosas se manifestaron como un problema pero después terminaron siendo un beneficio. Desde no obtener la beca hasta perder las valijas y no tener lugar en el campus
El campus estaba a 30 minutos del pueblo de York. Le digo pueblo porque es un pueblo, pero atípico porque es un pueblo con supermercados grandes y con cosas de ciudad como un local de Apple. Tiene muy buen acceso a todo. Es una ciudad medieval, amurallada. El caso histórico no es excesivamente grande, y todo es caminable, uno no toma mucho transporte. Pasé un año sin tomar un solo colectivo.
Fuera de la muralla todo es mucho más residencial. La distancia era caminable desde mi residencia hasta el campus. Caminaba 20 minutos en el recorrido veía caballos, parecía caminar por la pradera. Si hubiera vivido en el campus, hubiera estado más alejada de la vida en York, me hubiera recluido más en la universidad. Por eso digo que los “problemas” que tuve terminaron siendo beneficios.
Me pasaba mucho de salir a hacer algo y perderme en la muralla. Uno puede subir a la muralla de York y caminar por ahí. Perdés totalmente el rastro del tiempo.
El primer día se hizo tarde y tenía que comprar algo para cenar, pero ya era tarde y no había mucho abierto, compré unos yogures y cuando llegué a casa me dí cuenta que no tenía cuchara para comerlo. Compré vajilla pero tampoco sabía qué comprar, no sabía cuánto tiempo iba a estar. Conseguí una olla muy chiquita y con eso cocine todo un año, después agregue una sartén pero mi pequeña olla vio todas mis comidas.
El primer trimestre fue mucho más personal y solitario pero no lo viví como soledad. Tenía pocas horas de cursada, así que conocer gente era más difícil y yo tampoco soy muy asidua a grandes eventos sociales. Ya sabía antes de viajar que este iba a ser uno de mis mayores desafíos. La primera semana me obligué a ir a una fiesta de la residencia, a hablar con gente, a salir.
En diciembre ya se empezó a formar el grupo del máster y el segundo trimestre ya tenía mis amigos. Pero las fiestas de fin de año las pasé sola porque la mayoría de mis compañeros eran europeos y volvían a sus casas. Es algo que trato de no contarlo porque a veces la gente me mira medio con pena pero la realidad es que no lo viví para nada con tristeza. Era una aventura ver qué me cocinaba, cómo hacía que esto o que mi cumpleaños igual sean una celebración. Para mí, todo era parte del paquete.
En la última etapa, ya no había más cursada porque era etapa de tesis. Eso fue un desafío académico, hacer entregas en una lengua con la que yo ya trabajaba pero de repente era con nativos. El primer seminario que tuve no emití sonido más que decir mi nombre. Era distinto sentirse una minoría en sentido lingüístico. Sin dudas salí de mi zona de control.
Hasta lo hice con mi nombre, yo me llamo Maria Eugenia pero acá todos me dicen Eugenia. Estamos acostumbrados a que “María” no lo tomamos en cuenta. En York todos me decían María, por dos motivos. El número uno es que el nombre que vale para los ingleses es el primero. Pero el número dos es que decir María era mucho más sencillo para ellos que pronunciar Eugenia.
Después de terminar la maestría, me quedé cuatro meses más alquilando una habitación en casa de una señora que vivía con su hijo adolescente, es algo muy común allá. La casa estaba más afuera, a una hora de caminata hacia York. En colectivo eran 15 minutos pero el colectivo pasaba cada 30 minutos. Si salía a caminar, hacía una cuadra y estaba literalmente en el campo, con tranquera, con barro. Fue algo maravilloso.
En esas caminatas, me encontré con una choza con saquitos de café, con tazas para que los ciclistas se sirvieran y había una alcancía para dejar a voluntad. Eso es algo que viviendo en una ciudad grande no existe. La vida en una ciudad pequeña, en una ciudad que no es una gran capital, fue un descubrimiento para mi.
Además de estudiar en Inglaterra, también trabajé. En algunos momentos hice changas o trabajos en la universidad. Luego fui guía de turismo con un cordobés que conocí ahí y daba tours en español. Después trabajé en la biblioteca de la universidad haciendo carga de datos. El último tiempo di clases de español para extranjeros en la universidad. Trabajar fue bueno en sí pero también fue bueno para dejar de comer ahorros.
¿Cómo fue estudiar en Inglaterra?
Mi día a día de septiembre a septiembre fue determinado por la universidad. Estudiaba una maestría en Estudios Literarios y cursaba dos o tres veces por semana. No era mucho de cursada porque el sistema de maestría tiene mucha autonomía. Tenía tiempo de lectura individual, de preparación para los seminarios.
Estudiar en Inglaterra es una experiencia muy multicultural y fue muy interesante compartir una experiencia académica con personas y culturas con las que yo no había interactuado.
La mayoría de los que eligen este programa son nativos de la lengua inglesa y quizás no hay tanta variedad como en otros campos, pero sí tenía compañeros españoles, indios, de Estonia, de Luxemburgo y más. No había mucha gente de Latinoamérica, yo era la única del curso que hice.
¿Qué cosas te sorprendieron o no fueron como pensaste que serían al estudiar en Inglaterra?
La primera fue el clima. Decimos que allá todo es nublado y lluvioso, es así pero tampoco tanto. Cuando llegué no había empezado el otoño, técnicamente era verano pero yo estaba abrigada como en el invierno de acá. Hay muchos momentos nublados, sí, pero el sol lo disfrutas de otra forma. También llueve, pero suelen ser lluvias cortas y pasajeras.
Era una cultura que me interesaba a priori pero no tenía prejuicios. Es cierto el mito de que los ingleses son más fríos, pero no significa necesariamente que no sean gentiles. La primera vez que fui al supermercado un hombre notó que estaba medio perdida y me ofreció ayuda. Los cajeros te preguntaban como iba tu día, si tenías planes para el fin de semana, y era con honestidad, para establecer una conversación en ese momento.
También relacionado a las diferencias culturales, aprendí mucho viviendo en la casa de familia. Yo hacía compras y les preguntaba si necesitaban algo o me ponía a charlar en la cocina. Como antes había vivido sola, no había notado que estas cosas eran extrañas para los ingleses. Por ejemplo, yo me sentaba a cenar en la mesa y si ellos llegaban después se sentaban en la barra, no conmigo.
Hay una separación de los espacios pero que no es con frialdad, está visto como signo de respeto. No tienen la costumbre de compartir los espacios de la misma forma que quizás si se hace en otras culturas.
Un dia me invitaron a comer y fue el dia que me invitaron a comer con ellos. Un día les hice una torta y no lo entendían. Para mi cumpleaños me regalaron una torta y medio que yo tuve que gestionar soplar las velitas con ellos ahí porque no les salía compartir ese momento tampoco. Me encariñé muchisimo y aprendí un montón de esa familia.
¿Viajaste y conociste la zona?
Con mi grupo de amigos conocí lugares por ahí, ruinas, la costa, todo el condado de York, Leeds, Manchester, Chester. Mi primera escapada fue a un pueblo cerca, de donde eran las hermanas Brontë. Disfruté mucho recorrerlo sola.
También me visitaron mis papás y me encontré con ellos en París. En el verano, vino mi hermana y fuimos a Escocia y después a Grecia. También mis amigas de allá me invitaron a sus casas, así que conocí sus hogares en Luxemburgo y Milán. Era muy loco, porque un día llamaba a mis papás para charlar y les decía: “Ah sí, decidí que el fin de semana me voy a Milán”. Desde Argentina, con un océano de por medio, suenan imposibles.
¿Cómo fue tu regreso a la Argentina?
En el momento que volví, yo ya sentía que tenía que volver. Lo que también sentí enseguida fue nostalgia. No de estudiar en Inglaterra en general, más de la vida en York, de lo que podía hacer rápidamente ahí, en cinco minutos llegar a una muralla y caminar por arriba.
Volví en enero de 2019, que fue cerca de mi fecha de graduación. Yo estaba en paz con volver, sentía que se había cumplido un ciclo pero ya tenía nostalgia de querer volver.
¿Qué reflexionas hoy de tu experiencia de estudiar en Inglaterra?
Fue una experiencia maravillosa. Rescato mucho la capacidad de sorprenderse, todo es nuevo, todo es aventura en estas experiencias. No es volver a ser niño, pero sí volver a ser muy curioso y descubrir todo, hasta el supermercado.